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RUTA DE LAS SALINAS

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Saladares, aves migratorias y blanquísima sal bajo un cielo azul

 

«La cultura, el turismo, el paisaje, la ecología y el rendimiento práctico se unen para evitar que se pierdan las salinas y para que todos podamos disfrutar de una actividad casi desaparecida, pero que en otro tiempo fue importante, cuando el hielo no existía», escribía el artista César Manrique en el prólogo del gran libro de las salinas canarias «El jardín de la sal».

En Gran Canaria son cuatro las salinas que quedan en activo —de las 25 que llegó a haber en siglos pasados—, produciendo blanquísima sal marina de gran calidad por tratarse de salinas tradicionales intensivas donde cristaliza en pequeños recipientes, los tajos, gracias a la acción del sol y el viento (te contamos más de la sal marina de Gran Canaria aquí).

Forman parte de la historia de las pesquerías en el archipiélago canario y constituyen un paisaje de gran interés no sólo por su atractivo visual, sino por la importancia de la biodiversidad que genera. Ubicadas en el mismo borde costero, suelen localizarse saladares junto a ellas, zonas húmedas que permiten la observación de aves migratorias. «Sólo por su flora y fauna, las salinas tendrían un interés ecológico máximo, pero existe un factor que multiplica este valor de modo extraordinario: el hecho de que sea lugar de descanso, comida y, a veces, cría para muchas aves migratorias acuáticas», detallan los autores del libro que citamos (Luengo y Marín).

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