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Café de Agaete

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De la sombra de unas plataneras al estrellato.

Las primeras plantas de café se estima que llegaron al valle de Agaete, entonces un escondido rincón de Gran Canaria flanqueado por altas montañas, en la primera mitad del siglo XIX y pronto se extendió en un entorno que demostró tener las condiciones climáticas idóneas para su desarrollo. Procedían del Jardín de Aclimatación de La Orotava (en la actualidad, Jardín Botánico de Puerto de la Cruz, en Tenerife), a donde había sido llevado a finales del siglo anterior. 

No se hicieron plantaciones regulares de café, sino que se cultivaron asociados a otros frutales subtropicales, sobre todo plataneras que abundaban en el valle, en orillas y «machos» de surcos (canales por los que iba el agua en el riego), buscando siempre la sombra. Este hecho hizo que los cuidados que recibía el cafetero—como llaman aquí al cafeto, la planta del café— fueran los propios de otros cultivos en cuanto al riego y al abonado y después se ponían las bayas a secar al sol en las azoteas de las casas, se desgranaba a mano golpeando con un mazo sobre un tronco hueco y se vendía en Agaete.

Los suelos de origen volcánico resultaron ideales para estos cafetales entre la exuberancia y la sombra de otros árboles—las plataneras dieron paso a naranjos, papayos y mangos—, entre temperaturas medias de 23ºC durante el día y 17ºC durante la noche. Y mientras en los países productores de café las plantaciones se sitúan entre los 600 y los 1.200 metros sobre el nivel del mar, aquí se vino a dar perfectamente por debajo de los 400 metros. 

Apreciado desde entonces pero poco conocido, para degustar una taza de este café había que acercarse al valle y contactar directamente con los productores, o ir a la pequeña «tienda de aceite y vinagre» —la denominación en las Islas para los antiguos colmados o tiendas de comestibles— de Mercedita (Mercedes Lugo). Aun así, llegó a haber establecimientos hoteleros como el emblemático hotel Santa Catalina de Las Palmas de Gran Canaria que, en los años 60 del siglo XX, lo tenía en la carta de celebraciones especiales, al final del menú de platos junto a los postres.

El café de Agaete, de la variedad typica, una de las más antiguas de la especie «Coffea arabica» y hasta hace unos años cayendo en desuso frente a otras variedades, volvió a recuperar el aprecio del consumidor experto. En el valle de Agaete también se impulsó su recuperación y el 13 de diciembre de 2006 tuvo lugar la primera experiencia colectiva de comercialización por agricultores del lugar, que ese día lo tostaron y envasaron en una empresa de la comarca en paquetes de 250 gramos con la marca «Café de Agaete». Desde entonces su prestigio no ha hecho sino crecer y forma parte, incluso, de las creaciones de destacados chefs del archipiélago.

Quien fuera director del Fórum Cultural del Café de Barcelona, Albert Solá i Trill, fue el primer especialista en cafés que se interesó por él cuando a principios del siglo XXI comenzaron los planes para recuperar su cultivo y en una degustación en la capital catalana lo describió: «De gran calidad. Tiene un buen color amarillo verdoso. Huele a fruta verde. Tostado, se desarrolla e hincha bien. La bebida resultante tiene un gusto afrutado y dulce recordando el chocolate o el regaliz. Es poco ácido. Tiene un cuerpo aceptable».

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